sábado, 12 de mayo de 2007

I. Vacío

Los rayos de sol volvían a inundar la estancia y mis entrañas comenzaban a retorcerse. Un día más, plagado de angustias y desasosiegos. Un día más añorando al que fue mi razón y hoy se ha ido. Tanteé los alrededores de mi cama con cierto reparo y mis manos se encontraron con el suave pelaje de Edgar, que reposaba entre peluches y cojines. Acaricié sus orejitas y me incorporé lentamente.
Tras las cortinas púrpura de mi ventana, se observaba un paisaje nevado en proceso de descongelación, que anunciaba la llegada de la primavera, y con ella, la vuelta de aquél paisaje soleado que tanto detestaba.
Bajé, silenciosa y descalza, las escaleras que conducían a la cocina con la ágil sombra del gato entre mis piernas.
- Buenos días. - Mi voz sonó fogosa y despreocupada, pero mis ojos sentenciaban algo totalmente distinto. Mi familia, o lo que quedaba de ella, se había sentado a la mesa y se disponía a desayunar. Mi madre, con su aspecto desmejorado, y mi hermano con aires orgullosos, engullían el contenido de una caja de lata llena de pastas.
Yo no tenía hambre. Nunca volví a tener hambre desde que mi padre murió, y de eso hace ya 10 años. Más de una vez hube de ir a urgencias por inanición. Pero esto no viene al caso. Mi vida era una leve sombra de lo que fue, y mis días concurrían sin sentido aparente, a lo que, tristemente, ya me había acostumbrado.
La mañana de aquél sábado fluyó sin más. Yo me sumergí en los oscuros relatos de Edgar Allan Poe, por milésima vez, mientras mi madre se gastaba todo el dinero del que disponía en ropa y objetos de cocina, y mi hermano se perdía en casa de cualquier adolescente plagado de hormonas. Sin embargo, lo que sentía aquél día no era ese sentimiento de conformismo que sentía normalmente, sino el ardor de una profunda herida que desgarraba mi pecho y llevaba aquél fuego infernal a mis muñecas.
Recordé todas aquellas noches en las que me quedaba dormida mientras mi padre me contaba cuentos. No pude evitar llorar y retorcerme tras el libro que él mismo me regaló por mi último no-cumpleaños. Un llanto llevó a otro, y a otro, y cuando quise darme cuenta eran las diez de la noche y mi llanto no había cesado. Deseosa por terminar con el dolor que surgía de mis muñecas, bajé a la cocina y me hice con el cuchillo más contundente que encontré. Apoyé mi espalda contra la cajonera y caí lentamente al suelo, observando como Edgar se acercaba maullando hacia mi regazo. Tengo que hacerlo. Tengo que hacerlo. Perdóname. Miré a los ojitos asustados del felino, aún con lágrimas en los ojos, y a continuación propicié un corte vertical y seco bajo mi mano.
La herida empezó a sangrar y poco después me desmayé. Lo único que recuerdo es que desperté en un resplandor blanquecino y devastador, con la muñeca vendada con fuerza.
Volvía a tener sueño así que, sin mirar a los presentes, cerré los ojos, esperando no despertar nunca.

2 comentarios:

Ray dijo...

Una historia realmente fascinante!!, espero que la sigais, avisame cuando tengas los siguientes (K)

Cuidate mucho y se feliz ^^

Aracne dijo...

¡Gracias, Raycillo mío! ^^