lunes, 4 de junio de 2007

III. La Maldad


Aquella noche hacia más frío de lo normal, había llegado el invierno y pronto empezaría a nevar en abundancia. Puede que debido a la helada ningún aldeano viera nada extraño en mi blanquecina piel, sin embargo seguía llevando unas gruesas gafas de sol, para ocultar mis ojos sobrenaturales, y esto si hacia que me miraran extrañados.

En las pocas noches que llevaba allí, desde que desperté solo m había preocupado de alimentarme y recobrar fuerzas, pero lo que realmente m interesaba, lo que quería y necesitaba era conocer ese mundo moderno, completamente diferente al de mi época. Quería aprender de esos seres las costumbres y los placeres de este siglo, quería gastar grandes cantidades de dinero en renovar mi inexistente vestuario, quería ir a fiestas y ser invitado a grandes eventos, conocerlos, mezclarme entre ellos, ser su amigo, su igual, y que solo me miraran aterrados instantes antes de ser devorados… Pero sobre todo, quería encontrar a alguien especial, crear un compañero, un ser que me enseñara y a quien poder enseñar, una alumna, una amante…

Y porque no, también me interesaba saber si alguno de mis antiguos compañeros inmortales seguía en activo.

El pueblo que conocía seguía siendo una pequeña villa en ruinas, pero muy cerca había crecido una ciudad rebosante de vida moderna. Y me había propuesto visitarla esta noche. Decidido a mezclarme con la gente, a arriesgarme y a poner mi camuflaje a prueba, subí al último autobús que salía para La Mure y pague con un poco de lo que había robado a mis victimas. Pude comprobar que nadie se fijo excesivamente en mi, teniendo en cuenta las gafas de sol.

Una vez me hube sentado en la parte de atrás del autobús, me di cuenta de que solo había otros dos pasajeros en el, un anciano que tosía preocupantemente y una joven que me resultaba extrañamente familiar. El autobús arranco bruscamente y sin quererlo desvió mis pensamientos al traqueteo del viejo motor y a la melodiosa canción que sonaba en la radio, mientras mis dedos jugueteaban con algo en mi bolsillo sin saber que era.

El viaje fue corto, y tras un cuarto de hora llegamos a la ciudad, cuyas luces se veían a lo lejos. El autobús hizo varias paradas hasta llegar a una calle muy concurrida, en la que se veían locales y discotecas a ambos lados de la calle. Eso era lo que estaba buscando, me levante para salir en la próxima parada y pude observar como la muchacha se levantaba también y apretaba un botón que había al lado de la puerta, a los pocos instantes el autobús paro y las puertas se abrieron.

Deje paso a la muchacha para que saliera antes que yo, y al verla más de cerca caí en la cuenta del objeto con el que había estado jugando durante el viaje. Apreté el rosario fuertemente con la mano y supe que era suyo.

Con precaución y sorteando a la muchedumbre fui tras ella a una buena distancia. Giramos en varias esquinas hasta que la afluencia de gente fue disminuyendo, llegamos a una estrecha calle muy diferente a las anteriores, era un callejón empedrado completamente silencioso, los locales tenían puertas metálicas y no había ventanas de ningún tipo. Unos metros por delante de mi, la joven llamo a la puerta de un local con luces rojas de león, a los pocos segundos la puerta se abrió y la muchacha desapareció tras ella.

Al cabo de un rato, tiempo suficiente para no levantar sospechas, avancé hacia la puerta, y pude leer el letrero “Chapel XXX”, ya imaginaba que tipo de local seria aquel, y el nombre me provoco una risa casi incontenible. Llame a la puerta y a los pocos instantes esta se entreabrió y apareció una cara de hombre marcada por varias cicatrices que al verme intento sonreír cordialmente y me invito a pasar. Una vez dentro me encontré en lo que podría haber sido un bar, con una barra y unas pocas mesas, pero con la diferencia que había varias puertas que daban seguramente a las habitaciones donde los hombres pagaban por sexo.

-Mmm, veo que quiere ir al grano –dijo el hombre observándome- dígame señor, ¿que clase de chica esta buscando?

Por unos instantes no supe que decir, pero rápidamente di la descripción física de la muchacha, me preocupe de parecer ansioso y le asegure que disponía de dinero de sobra.

-¡Oh, que suerte! Precisamente tenemos lo que busca, lamentablemente no esta lista todavía, siéntese y tómese algo mientras espera. Invita la casa –según hubo terminado de servirme una copa de ginebra que ni probaría fue hacia una de las puertas y desapareció tras ella durante unos minutos-.

-¡Muy bien caballero! Siento haberle hecho esperar, pero la señorita ya esta lista –dijo apareciendo de nuevo en la sala y alzando los brazos invitándome a pasar a la otra habitación.

Atravesé la puerta y di a parar a una habitación en semipenumbra, que solo disponía de una cama, una mesilla y un perchero. De pie, al lado de la cama estaba la muchacha con una especie de camisón de lycra roja y unas pantuflas rosas.

-Puedes desnudarte ahí mismo, si te da vergüenza dímelo y no miraré hasta que estés en la cama –la voz de la muchacha sonaba monótona y sin vida, y su cara era el puro reflejo de la humillación y el sufrimiento- vamos, no tengo toda la noche.

Lentamente me acerque a ella, a lo que se sintió confusa, saque el rosario del bolsillo de la chaqueta y lo alce para que lo viera en la penumbra.

-¡Mi ros…! ¿Quién eres tú? –Dijo con lágrimas en los ojos-.

Me quite las gafas que cubrían mis ojos, y cuando ella los miro se quedo completamente paralizada, incapaz de decir nada. Seguí andando hacia ella hasta que pude acercar mi mano y acariciar su húmeda mejilla. Ella, al sentir mi helada piel dio un respingo y bajo su mirada temblando.

-No tengas miedo –dije sin hablar. El calor me invadía y los sentimientos comenzaban a atenazar mi cerebro- no voy a hacerte daño. He visto tu sufrimiento.

Ella comenzó a llorar y a temblar al mismo tiempo, alzo la cabeza y mirándome a los ojos agarró el rosario que le tendía.

-¿Eres un ángel? –Dijo con un brillo de esperanza en su mirada- ¿has venido a salvarme?

El dolor que sentía era insoportable, era como si toda su desesperación hubiera invadido mi alma, y me quemara la cabeza y las entrañas por dentro. Pensé en irme, en huir de ahí, ahora que aun estábamos a tiempo, pero no podía dejarla, no podía soportar más tiempo su dolor….

El sufrimiento disminuía, y a cada latido el dolor iba desapareciendo, su cuerpo sujeto entre mis brazos y su sangre aliviándome y enrojeciendo mis mejillas. A medida que sus latidos eran más débiles, su cuerpo dejaba de luchar contra mí, y la luz de sus ojos se apagaba, encendiendo los míos todavía mas.

-No temas –la dije mentalmente en el último instante- ya no sufrirás más, descansa, ya no sentirás más dolor.

Y me separe de ella, dejando su cuerpo en el suelo de la habitación, en la misma posición que había caído entre mis brazos, con el rosario fuertemente agarrado por su mano muerta.

El calor de la sangre invadía mi cuerpo, y a pesar del sentimiento de renovación comencé a odiarme a mi mismo por lo que acababa de hacer. ¿Cómo había podido? La pobre muchacha pensaba que venia a salvarla, pensaba que era un ángel. Y todo lo que había hecho era matarla, alimentarme de ella, de su dolor.

Intentaba convencerme de que lo había hecho por ella, para que dejara de sufrir, pero en el fondo sabía que solo lo había hecho para alimentar el diablo que llevaba dentro, un egoísta asesino y ladrón.

¿Cómo podía no odiarme cada noche, cuando lo único que podía hacer era matar para poder sobrevivir?

1 comentario:

Ray dijo...

Sigue asi Grucito, no lo haces nada mal, no pares de escribir!!! (8)