martes, 5 de junio de 2007

IV. Escapar

Al día siguiente visitamos Notre Dame. No me hacía falta pasear por sus lúgubres pasillos alumbrados, pues mi imaginación superaba la realidad con creces. La visita consistió en breves escapadas a escondidas para ridiculizar todo elemento que visualizara la masa de chicos que me acompañaba. Reía, pero no de corazón, ante insulsos comentarios sin ningún ingenio. Me aburría esa monótona vida de elementos prohibidos. Cohibida por mi cuerpo, mi dinero y mis ánimos. Ya no sabía que hacer para salir de ella...Llegada la noche, los profesores nos convirtieron en prisioneros, sepultándonos en el hotel donde nos alojábamos. Edgar me esperaba impaciente, entre las sábanas de mi cama desecha. Se levantó de un respingo y corrió hacia mis piernas emitiendo sonoros maullidos cuando posé mis pies en la habitación, lo que interpreté como su peculiar búsqueda de alimento. Una vez alimenté a Edgar y limpié sus desórdenes, me tumbé en la cama, a tiempo de escuchar en una conversación ajena a mí, que esa misma noche nos escaparíamos por la celosía que decoraba la fachada. No estaba lejos del suelo, sólo eran dos plantas, por lo que no sería difícil salir de aquella prisión de dos estrellas. Al parecer, nos esperaban en el callejón trasero los chicos de la “fiesta”, dispuestos a seguir con lo que no terminaron el día anterior, pero esta vez rodeados de un ambiente animado y festivo, algo parecido a una discoteca.
Repudiaba esos antros de drogas y devastación del ser, pero no perdía nada diciendo que les acompañaría y escapándome cuando me perdieran de vista.
Cogí mi mochila, ampliamente decorada con chapas, cascabeles y demás colgajos y metí en ella a Edgar, cuidadosamente, con una suave caricia. No sería mucho tiempo, pero de igual manera dejé la cremallera entre abierta para que no sufriera asfixia.
Bajamos por la celosía entre risas y movimientos humorísticos que casi le cuestan la vida a una de las chicas que me acompañaba, pero no hubo ningún percance, aunque quizás, si Edgar no reposara entre mis hombros, lo habría deseado.

Una vez abajo, el chico que sació sus más básicos instintos conmigo la noche anterior, se lanzó a mis labios, los que le negué con un leve movimiento de cabeza mientras sacaba a Edgar de su encierro. El chico rió.- ¿Ahora te haces la estrecha?Le miré con una fingida sonrisa.
- No es tan fácil... Primero tienes que pagarme una buena dosis de alcohol. – Le brindé una mirada pícara y el chico volvió a reír.
- Eres aún más zorra de lo que me demostraste anoche... – Se acercó a mí y sujetó mis glúteos con lascivia, mientras acercaba sus labios a los míos sin rozarlos. – Aunque merece la pena el pago. Edgar esperaba sentado a mi lado a que nos moviéramos, mirando a algún punto en concreto que llamó su atención. Le miré, aún entre los brazos de aquél baboso, y me devolvió la mirada, fría, de color caramelo. - Vámonos – Sonreí a los presentes y me desenvolví de los brazos de aquél chacal hambriento.
Por el camino, las chicas filtreaban con los chicos en todo momento. Parecía una escena casi caricaturesca, ya que intentaban venderse como objetos ante una clientela que nada podría darles. Absorta en mis pensamientos, No me percaté de que la conversación se había desviado hacia mí.
- Es cierto, Aracne siempre tiene ese halo de misterio inquietante, nunca sabes qué está pensando... – Bekïu se echó a reír, con los sentidos atormentados por el contagioso aroma de un porro, que se pasaban entre ellos. - ¿Veis? Se queda absorta con sus pensamientos... ¡Y siempre le persigue ese maldito gato!¡Es un arisco! No me cae bien.

Miré a Bekïu con otra sonrisa fingida y palmeé su espalda como si me compadeciera de ella. – A veces está bien pensar, querida, no es bueno actuar por inercia todo el rato. -Todos rieron, Bekïu no era muy reflexiva, que digamos, y no quería herirla. Pero tampoco quería que hablaran de mí y llegaran a conclusiones que se parecieran minimamente a la realidad.

Me fue fácil escapar cuando no miraban, simplemente me escondí en un callejón y ellos siguieron adelante, en Bastille, el lugar de la marcha francesa.
Reposé mi espalda en una de las mugrientas paredes del callejón y esperé a que Edgar llegara. Cuando vislumbré su delgada figura entre la penumbra, subí ágilmente unas derruidas escaleras de incendios y me senté en las rejas del primer piso a la espera de que Edgar se tumbara en mi regazo.
Cerré los ojos y sentí la gélida brisa invernal en mi cara. Oí ruidos, gemidos y jadeos, pero no fijé la vista en el lugar del que procedían hasta que un grito ahogado me sacó de mis ensoñaciones. Un hombre yacía en el suelo inconsciente, muerto quizás. Mientras, otro hombre, vestido con una gabardina negra y un largo cabello oscuro, arrinconaba a una chica semidesnuda contra la pared, tocando su cuerpo desnudo y haciéndola gemir.

La chica gritó algo en francés que no alcanzó mi conocimiento y acto seguido el hombre clavó sus colmillos en el cuello de su víctima, forcejeando con ella, haciendo que las gafas que llevaba puestas cayeran al suelo.
La mujer se desplomó y en un acto reflejo mis pies se fijaron firmes, en el suelo, mientras sostenía en mi regazo a Edgar.
El hombre fijó su vista en mí, y con una gélida mirada, comenzó a subir los peldaños de la escalera. Pegué mi espalda a la pared y abracé fuertemente a Edgar, que bufó al percatarse de la presencia de tan extraño ser.
Me parecieron horas las que tardó en plantarse ante mí, con su fuerte presencia, y mirarme con unos ojos verdes, sumamente hipnotizantes, tristes, pero preciosos, faltos de lo que llamaban vida.
-No tengo nada en contra tuya, pero no puedo dejar que vayas contándole esto a tus amigos – Sus palabras sonaron profundas, como si me clavaran mil espinas en los oídos, en un marcado acento francés.

Estaba asustada por el hecho de que tan extraño ser rondara a mi alrededor. Pero... ¿A qué debía temer? Mis musculos, tensos, se relajaron en un momento, y mi inquieta mirada fijó mis ojos en los suyos.
-Haz conmigo lo que te plazca, criatura de la noche, pues ni tú ni el mismísimo diablo podéis hacer que olvide este dolor. Si tu deseo es acabar con mi vida, no me opondré, pero si con mi cuerpo consigues darle vida a esos ojos verdes rogaría que no lo hicieras, pues nadie sabe si la inmortalidad les depara un llanto eterno.
Las palabras salieron de mi boca como el agua sale del manantial, de manera tan fluida Fijó sus ojos cristalinos en los míos, quizás confuso, quizás despiadado, escrutando los míos como si éstos pudieran decirle algo.
Parecían haber quebrado sus ánimos violentos cuando en un tono de ira lanzó éstas palabras al viento.
-¡Tu que sabes de la inmortalidad, mísera niña, ni del sufrimiento de vivirla eternamente en solitario. Ni a mi peor enemigo le deseo mi propio destino! – En un tono casi ensordecedor. - ¡Si quieres morir yo puedo ayudarte!Cerré los ojos y abracé a Edgar, con la cabeza alta, para que mi cuello fuese un blanco fácil, para que me hiciera lo mismo que a esa chica.Lo deseaba con un fervor infinito, deseaba la muerte, la necesitaba.... Hasta que sentí a Edgar en mi pecho. Asustado, ocultando su cabeza entre mis brazos. Un sentimiento de cariño me invadió y por un instante deseé estar viva solo para continuar abrazándole.
Abrí los ojos en un arrebato, y el extraño ser había desaparecido.¿Habría sido sólo un juego de mi mente para demostrarme que vivir no era tan malo?

2 comentarios:

Ray dijo...

Llegara el dia en el cual este escrito sera considera una obra de arte, como lo es para mi en estos momentos.

Me encanta tu estilo ^^

Te quiero mucho hermanita

Cuidate ^^

Anónimo dijo...

Me ha gustado mucho el que las dos historias se hayan entrelazado y ver lo que sentía cada uno de los personajes^^ Genial^^

Un saludo.