domingo, 3 de junio de 2007

II. Recuerdos

El pueblo se encontraba cerca, a poco más de un kilómetro ladera abajo. Las casas, antaño de madera y paja, y ahora de variados y resistentes materiales aun conservaban parte del encanto primitivo del pueblo. Y el gran arco de la entrada seguía en el mismo lugar, alzándose para dar la bienvenida a todo el que pasara bajo él por la asfaltada carretera.

A pesar del gran cambio sufrido a lo largo de los años, el pueblo seguía siendo igual: viejas casas abandonadas y semi-caídas, perros famélicos tumbados por cualquier rincón , y en las casas con luz, una columna de humo que se elevaba por un hueco hecho a propósito, intentando alcanzar el cielo antes de difuminarse en la oscuridad de la noche.

Fue el día de mi marcha mi última visita al pueblo. Mi primera comida como inmortal: uno de los vagabundos que dormitaba en la puerta de la iglesia.''Recordaba aquella noche, imposible de olvidar. Primero había tenido miedo, miedo por el demonio en el que me había convertido, y miedo por la soledad que sentía en esos primeros momentos inmortales. Siempre había sido un cobarde, no como ahora.Pero poco a poco, a medida que el hambre atenazaba mi frió corazón, fuí atraído al lugar como si la muerte me cogiera de la mano y me llevara ante su victima.Esa noche descubrí la terrible maldición que pesaba sobre mi, me ví obligado a matar para sobrevivir y cuando observe el seco cadáver entre mis brazos apareció ante mi un sentimiento de culpabilidad que viviría hasta que yo muriese, y que con cada muerte adquiría una nueva dimensión de dolor. ''

Ahora me hallaba justo en ese mismo lugar, muchos años mas tarde, dispuesto a alimentarme de cualquier inconsciente que se paseara a esas horas por la calle, no haría distinciones, nunca las había hecho, lo mismo me daba un joven ebrio e inconsciente en un callejón que una anciana de vuelta de la parroquia. Solo había unos pocos bendecidos a los que por una razón o por otra había perdonado de convertirse en comida, bien por la belleza de sus ojos o la perfección de su pelo, o por la hermosura de sus pensamientos. Si bien es cierto que en varios siglos, esos humanos podían contarse con los dedos de una sola mano.

Desde donde me encontraba, alcé la cabeza hacia arriba, hacia los adornos tallados en la piedra que formaba el arco de la puerta de la iglesia. Ya había visto esos dibujos muchas veces, durante mi niñez y mi juventud, solía ir junto con mi madre y mis hermanas a la misa de los domingos, pero el recuerdo volvió a mi mente justo donde lo había perdido hace unos instantes.''Cuando me erguí después de causar mi primera muerte, con los labios ensangrentados y la sangre alimentándome, vi esos mismos dibujos, dibujos de santos, ángeles y vírgenes. Dibujos hechos para expulsar a los malos espíritus. Y yo era un mal espíritu, si es que se me podía definir como tal. En ese momento sentí miedo y repulsión a lo que los grabados representaban, sentí odio hacia todo lo que había adorado y rezado, pues pensaba que si había algo a lo que debía temer un demonio como yo era a Dios.''

Extendí la mano y avanzando lentamente moví una de las hojas de oscura madera, y me abrí paso hacia el interior del templo. Sin la ayuda de la escasa luz que penetraba por los ventanales del tejado, pude ver un ancho pasillo en frente de mi, que se extendía hasta el altar donde reposaba una gran Biblia y un copón de oro. A cada lado del pasillo se sucedían los alargados bancos de madera carcomida en los cuales los feligreses se sentaban y arrodillaban para elevar sus plegarias al altísimo.
Continué avanzando con paso tranquilo por el pasillo hasta llegar al altar, donde pude ver más de cerca las imágenes de dos santos a izquierda y a la derecha de un Cristo clavado en una cruz, y arriba la Virgen llorando por su hijo. No pude evitar encontrar en el rostro de la Virgen el de mi propia madre y tuve que apartar la vista antes de que los ojos comenzaran a arderme con sanguinolentas lágrimas.
Al darme la vuelta vi en el suelo un pequeño rosario, lo cogí y pude ver una gran cruz maciza colgando entre las cuentas de madera, y sentí que era extremadamente bello.Pase una eternidad admirando una por una las hermosas imperfecciones exquisitamente pulidas. Aunque de aspecto muy antiguo pertenecía a alguna joven que lo había dejado caer sin darse cuenta al salir esa tarde de rezar. No podía decir como lo sabia, pero estaba convencido de ello, y mientras lo sostuve entre mis manos pude sentir el agobio de la muchacha y la desesperación en sus palabras de plegaria.Sentí unas ganas increíbles de conservar aquel objeto, quise saber más de su historia, quise enamorarme de aquella joven de piel oscura y ojos azabache, quise acompañarla y deshacerme de la soledad que inevitablemente me atrapaba.
Casi sin darme cuenta, sentí a alguien penetrar en el interior de la iglesia. Un corazón asustado y cobarde que me separó de mis pensamientos.

-Ho… hola, ¿hay alguien aquí? –Sonaba una voz de anciano temblorosa- Esto… esto esta cerrado por la noche.
Me guarde el rosario en el bolsillo de la cazadora y comencé a avanzar sin poder esconder una sonrisa picara. Siempre me había gustado que la comida fuera a buscarme a mí.

II. Princesa

- ¿Quieres que te cuente un cuento?
- ¡Sí!¡Un cuento, papá!

Aquél hombre risueño y de expresión tímida me acostó en mi camita con dosel, como a una princesa, y me arropó con cariño.

- Érase una vez... Aquella noche desperté. Las sombras a través de la ventana me relataban una realidad diferente a la que había estado viviendo mientras dormía. El rosa de las paredes de mi habitación se tiñó de rojo. Unos gritos me hicieron abrir los ojos para percatarme de la realidad... Al fondo, sirenas y luces. El mundo daba vueltas y yo sólo buscaba algún indicio de que aquél era el mismo lugar en el que me acosté.
-¡Papá! – Comencé a llorar y me abracé a mi osito de peluche.
- No pasa nada, bichito. – Voz temblorosa, casi moribunda. –Acuéstate y duerme, que mañana será otro día...

Desperté sudando. De nuevo. La misma habitación de colores distintos. El dosel había desaparecido, el negro teñía las pareces y el morado las cortinas, y una tenue y casi inapreciable luz iluminaba una habitación repleta de libros. Me levanté con una sensación de vacío que oprimía mi pecho y me puse en pie mientras observaba que la nieve no cesaba de golpear mi ventana, como si quisiera entrar en la habitación e invadir mi triste universo con blanco y brillante hielo.
Eran las seis de la mañana, justo la hora en la que él perdió la vida.
Bajé con desánimo las escaleras de mi desván hasta el oscuro sótano, dándome cuenta de que los cuatro pisos desiertos aún dormían en la oscuridad de la noche. Mis pies descalzos rozaban el suelo marmóreo sin hacer ningún ruido, sólo el leve susurro del cascabel de Edgar me seguía en la oscuridad. Al llegar al sótano encendí las luces para no tropezar con todas las figuras que yacían inertes en el suelo.Al fondo se distinguían estatuas de colores fríos, inacabadas, con una técnica precisa y perfecta, figuras que fueron motivo de muerte...Mi padre era escultor, pintor, escritor y arquitecto. Un hombre de reconocido prestigio universal, sin embargo, aquella fama jamás fue su ambición, y se apartó de aquel frío mundo cuando mi madre me dio a luz. Debido a esta brusca huída, los promotores de sus obras lo amenazaban con regularidad. Llamadas extrañas, correo atemorizante, visitas inesperadas... Siempre con la misma pesquisa: “Hazlo o no dudaremos en quitarte la vida, y la de toda tu familia”. Mi padre hizo todo cuanto estuvo en su mano para acabar con las amenazas, pero aquél veintidós de marzo éstas se tornaron realidad, y tres grandes tipos vestidos de negro allanaron nuestro hogar con la intención de raptar a su hija menor...y él... murió protegiéndome. Sequé las lágrimas de mis ojos y me acerqué a la gran mesa que coronaba la estancia. Allí, entre trozos de mármol y yeso empecé a tallar una nueva imagen que sería el sentimiento de su ausencia mezclado con la sangre de mis muñecas.