jueves, 14 de junio de 2007

V. Masacre


Cuando quise darme cuenta, me hallaba quieta, aferrando a Edgar entre mis brazos. Fue como si hubiera pasado un año desde que aquél ser decidió escapar.
Las tres de la mañana del tres de marzo. El complicado mecanismo del reloj movía las agujas con una parsimonia enloquecedora.
Mi mente iba demasiado rápido, en contraste con el transcurso del tiempo, ¿Era real lo que acababa de ocurrir? ¿Me habría vuelto loca? Era más racional la segunda opción, más nadie se enteraría, pues por muy real que fuese lo que había vivido, sólo necesitaba que lo supiera él. Y él ya lo sabía.

Me deslicé suavemente hasta quedar de cuclillas en el suelo, y comencé a acariciar al tiritante felino atrapado entre mis brazos. Una vez estuvo lo bastante seguro de sí mismo se amoldó al suelo de un salto, dejando vacío el calor de mi regazo.
¿A donde ir? Ya no quería quedarme sola en aquél lugar, no por temor al regreso de aquel ente extraño, sino por vaciar mi mente de esos pensamientos que me arrebatan la cordura.
Fijé la vista en los cadáveres que reposaban en el mugriento suelo. Podría haber jurado que la muerte me resultaba hermosa encarnada en esa pálida piel semidesnuda. ¿Por qué no habría sufrido el mismo destino que ellos? ¿Acaso era tal mi angustia que ni la muerte la deseaba?
Surqué lentamente el sendero trazado entre ambos cadáveres, con el tintineo de un cascabel guardando mis pasos. Me incorporé a la gran avenida, donde me escabullí del grupo, y seguí andando por ella hasta encontrar el letrero más luminoso y chillón.

“Sans Sons”. Sin duda, mis compañeros habían llevado allí sus pasos, dejándose seducir por los anuncios, dejando que les dominaran sus sentidos. Entré discretamente, y el portero me mostró su más amplia sonrisa. Era bien recibida. Quizás por mi escasez de ropa, pero por alguna extraña razón negó el paso al felino, que me seguía con el rabito alzado.
Me agaché y acaricié la cabecita de Edgar con dulzura.
- Tienes que volver al hotel... – Susurré. – No me esperes aquí, llegaré tarde.
El gato me miró con la cabecita ladeada, a lo que sonreí. Me parecía bastante graciosa la expresión dubitativa de su rostro.
Me levanté sin dejar de mirarle a los ojos y entré en aquél horrible lugar, no sin percatarme antes del sonido de sus cascabeles alejándose de allí.

- ¡Miradla! – La ebria voz de Beckïu resonó entre la multitud. – Ahí la tienes, Yrjö. – Beckïu rió sonoramente, lo que molestó a mis oídos. Parecían más colocados que de costumbre. Quizás este fuera el “pedo” de sus vidas, algo de lo que acordarse cuando se casaran y sentaran sus idas cabecitas. Yrjö vino a mí como pudo y se acercó a mis labios sin rozarlos.
- ¿Dónde has dejado al gato? – Rió. – Me da morbo que nos mire cuando follamos.
- Desgraciadamente – Me apresuré a contestar antes de decidiera besarme. – no le han dejado entrar, lo he llevado a casa.
- Oye, oye, Aracne. – Väinö se acercó a mí y me arrebató de los brazos del otro chico. - ¿Por qué te haces llamar Aracne? Sabemos que te llamas Aurora. ¡No seas tan misteriosa! -
Cuando volví a escuchar mi nombre, un recuerdo surcó mis pensamientos.
“Mi princesa, Aurora.”
Antes de que nadie pudiera identificar el gesto de dolor de mi rostro, agité la cabeza.
- No es mi intención serlo. – Sonreí con fingida dulzura. – Sólo que quiero cambiármelo. No me gusta el otro.
Väinö se lanzó a mis labios y hundió su lengua hasta mi campanilla, lo que me molestó un poco al intentar respirar. Con sus manos agarró mi culo y subió hasta mi pecho mientras me besaba con exageración.
- Me ha contado Yrjö que eres más puta... – Intentó encontrar mis pezones sobre mi camiseta impulsivamente.
Me aparté de un respingo.
- Sólo cuando estoy borracha, y hoy no es uno de esos días en los que quiera hacerlo. – Volví a sonreír fingidamente.
Yrjö apareció por detrás, al parecer había intentado algo con Beckïu y ésta se había resistido.
- Son unas putas estrechas. – Me miró con deseo mientras se acercaba por detrás y pegaba su pelvis a mi culo en un movimiento ágil. Sentí una seria erección tras de mí, pero mi deseo no se vería fomentado si mi mente estaba en plenas facultades.
Aparté mis caderas de sus manos y volví a sonreír.
- Le decía a Väinö que hoy no... – Väinö se adelantó a mis palabras y me tapó la boca con fuerza.
- Tú harás lo que nosotros te digamos, puta. – Väinö otorgó a Yrjö una mirada de complicidad, con la que se pusieron de acuerdo.
- Que las otras sean estrechas vale, pero tú te has tirado a medio Helsinki, no me jodas. – Yrjö comenzó a subir las manos por mi falda y miró a Väinö, deseoso. - Vayamos al baño, no creo que haya mucha gente. Lo atrancamos y nos la follamos.
Väinö asintió.

Prácticamente me arrastraron entre el gentío revolucionado, lleno de luces parpadeantes. La escena era tan normal que nadie distinguió que yo no quería ser manipulada de aquella manera. No sin haber obnubilado antes mis sentidos.
Llegaron al baño, donde la música resonaba con menos fuerza e Yrjö atrancó la puerta con una papelera cercana.
Väino arrancó mi sostén, rompiendo con ello mi camiseta y dejando mis pechos al descubierto.
Gemí de impotencia mientras en mi cabeza sólo oía su voz.
“Mi princesa Aurora”
Yrjö se encargó de rasgar mis bragas y levantar mi falda, y sin esperar un segundo introdujo su miembro entre mis piernas, colocándome a cuatro patas en el suelo.
Volví a gemir. Imaginé mi dosel y mi libro de cuentos, y mis tirabuzones rubios encima de un camisón blanco. Y a él, entre mis sueños, mirándome con sus ojos verdes.
¿Qué quedaba ahora de esa princesa? Ni la dignidad ni la sonrisa.
El pensamiento era tan terrible que las lágrimas brotaron en tropel de mis ojos. Oculté mi cabeza en el suelo mientras Yrjö arremetía contra mí, causándome un dolor que no era equiparable con el desosiego de mi corazón.
Väinö levantó mi cabeza, cogiéndome del pelo, y descubrió mis lágrimas. Sonrió ante la sensación de poder que ello le otorgaba.
Ya se había encargado de deshacerse de sus calzoncillos, y su miembro viril se alzaba ante mis ojos. En un gesto, me empujó contra su pelvis hasta que no tuve más remedio que abrir la boca.



Fue una ráfaga, quizás, la que en un segundo liberó mi boca de la presión que Vainö ejercía sobre ella. Y rápidamente, desapareció, haciendo que el calor de la sangre surcara mi rostro.
-No vas a necesitar esto – Sonaron profundas las palabras que, acompañadas por la voz que las interpretaba; en un inglés afrancesado, me resultaron ampliamente familiares.En el suelo; Un cuerpo inerte, sufriendo leves espasmos, emitiendo un corto gemido que acabó en la más mísera de las muertes.
Y ante mí, siguiendo el sendero de unas piernas, ocultas tras una gabardina de impuro negro, se alzaba la figura dominante de aquél ser que enloquecía mis sentidos, sosteniendo entre sus manos la insignia más valiosa de la mortalidad; Un corazón, aún palpitante entre sus dedos.
Mi mente iba más deprisa si podía, captando el mínimo detalle en una fracción de segundo. Parpadeé y el corazón cayó, otorgando a los presentes el sonido de su chascar contra el suelo.
En ese momento, las manos que apresaban mis caderas, me empujaron brutalmente hacia el suelo, al que me aproximé, esperando el irremediable frescor de su superficie, hasta que sentí en mis hombros desnudos aquellas ensangrentadas manos, gélidas y delicadas, como el manto de la noche, que, junto a un torso tercio y rígido, sujetaron mi cuerpo devolviéndome el equilibrio, pero mis fuerzas flaquearon a la altura de mis rodillas y me desplomé sobre el lavabo.

Miré sus vacíos ojos, tras unas gruesas gafas de sol, pensando en que había vuelto a por mí. No podía pensar con claridad; No exhumaban temor mis ojos, sino aceptación ante ese destino fatal al que me creía condenada. Sin embargo, cuando quise darme cuenta, sus ojos habían desaparecido, y en su lugar el espejo me mostraba su figura de espaldas, sosteniendo a Yrjö de su débil cuello, mientras éste forcejeaba con ahinco.

-¿Qui-en coño eres tú?- Preguntó una voz más acobardada de la que anteriormente había pronunciado mi nombre con lascivia.

El transcurso de las cosas se pausó, lo que me dio más tiempo para pensar. Era la última, alguno de mis actos ofendió su miserable vida inmortal y estaba dispuesto a hacérmelo pagar con el mayor de los sufrimientos, para mí y para mis allegados. Sin embargo, no habría entendido que tras las cortinas de mi mente, estaba haciéndome un gran favor acabando con la vida de mis violadores, y con la mía.
Se quitó las gafas con lentitud e Yrjö pausó sus movimientos, adoptando una expresión de intenso pánico en sus ojos, que en un instante se cruzaron con la impasibilidad de mi mirada en el espejo, pidiéndome en un grito sordo que le ayudara a escapar.

-Saberlo no te salvará - El susurro cortante de los finos labios del agresor tensó aún más el ambiente. Mordió su cuello con una facilidad inaudita, y a mis oídos llegó el crujir de sus músculos y arterias. Un chasquido cervical acabó con la voluntad del chico, cuyo torso y cabeza parecían no haber estado nunca unidos más que por un fino filamento de piel.
Escondí mi cara entre mis manos. Era mi turno. Sufriría y quién sabe si lo haría toda la eternidad. Noté sus pasos acercándose a mí, pausados, silenciosos, premeditados. Un temblor en mi cuerpo. Las lágrimas fluían solas por mi rostro. No temía a la muerte, le temía a él.
Todos mis poros se mantuvieron alerta para encontrar el sitio por donde me heriría primero. No le daría el don de mi defensa. No jugaría conmigo. Porque con la comida no se juega. Sería limpio, seco y, esperaba que rápido, más lo que sentí en vez de dolor, fueron las cálidas telas de su gabardina sobre mis hombros.
-Deberíamos salir de aquí cuanto antes – Esta vez el susurro era tan dulce como una nana a un niño, sus palabras, relajadas y hermosas, surcaron mis oídos como lo habrían hecho sus dientes en mi cuello.
Abrí los ojos y balbuceé.
-No tengo lugar donde esconderme de las preguntas hirientes… ni de la culpa –

-La culpa de esta situación es mía y si quieres, yo puedo ayudarte a esconderte de las preguntas- Me resultó chocante que el ser que había matado a las cuatro personas que había visto morir me tendiera una mano amiga en un momento como ese.

-¿Donde? - Le miré a los ojos buscando un lugar donde cobijar los míos

-En un lugar donde no tengas que fingir lo que no eres, ni temer lo que son los demás –Extendió su mano hacia la mía

Observé su pálida mano, tan blanca que podría identificarse con la nube más luminosa del firmamento, y alcé la mía, preguntándome como sería el tacto de su piel, pero en el último momento, la recogí y le miré a los ojos, pronunciando firmemente éstas palabras - No me iré sin «él»

-¿Dónde esta?

- Le dije... - Titubeé y recordé la calidez de su lomo. ¿Hacía bien indicándole su paradero? - ... que fuese al hotel donde me alojaba. - Recordé mi habitación y los hechos allí ocurridos. Yrjö era un monstruo. Fijé mi vista en dos extraños focos verdes que me miraban. Aún con la picardía que suponía la muerte, un halo de confusión inundaba su mirada. ¿Acaso no era él más monstruo que aquellos violadores que ahora yacían, inertes, en el suelo? Aparté la mirada y la fijé en el dibujo abstracto de las frías baldosas.

-Esta bien, ahora tienes que venir conmigo, cuando encontremos un sitio donde refugiarnos iré a buscarlo y lo llevaré contigo. No le haré daño, puedes confiar en mi palabra

¿Confiar? Me había salvado de aquella... situación. Pero... Después de haber asesinado brutalmente a dos de mis compañeros. ¿Cómo podía confiar en él?
Asentí con la cabeza sin mirarle a los ojos. Ahora no estaba en disposición de elegir lo que quería hacer.
Me levanté por mi misma, preocupándome de abrochar cada botón de la gabardina a modo de tapar mi magullado cuerpo desnudo.
Seguí sus pasos hasta un patio interior, a través de la ventana, y allí paró y se volvió hacia mí.

-Agárrate fuerte a mi, no tengas miedo- Se agachó para susurrar esas palabras en mi oído. Aun tras la muerte, su aliento calentó mi lóbulo haciéndome enrojecer momentáneamente. Con tal de que no se percatara del nuevo color de mis mejillas, me agarré a su cintura y oculté mi cara entre los pliegues de su camiseta.
Su mano acarició suavemente mi pelo, lo que me paralizó hasta que sentí que la gravedad se diluía entre los árboles de la gran avenida. Cuando quise darme cuenta, mi cuerpo flotaba en el aire, agarrado al suyo, haciendo florecer las mariposas de mi estómago, y el estío del vértigo.
París desde las alturas era digna de ser contemplada al detalle, más no era momento de pensar en paisajes bonitos. Una extraña criatura de forma humana me tenía cogida por la cintura y me llevaba volando a algún lugar que no podía distinguir.
Tras unos segundos que parecieron horas en mi mente, nuestros pies tocaron el suelo en un parque cercano al centro de la ciudad.

-Volveré en unos minutos, no quiero que te vean en la recepción del hotel y puedan seguirnos el rastro. Vendré enseguida y te llevare a un sitio seguro – Su mano se posó en mi rostro, que por fin sintió el tacto de su piel que tanto necesitaba sentir. Un suspiro tal vez se escapó de entre mis labios y asentí a sus palabras a tiempo de verle alzar el vuelo de nuevo.

V. Salvación

La noche estaba desierta, solo de vez en cuando se oía el maullido de un gato, o el motor de un coche a lo lejos. Andaba por calles estrechas y oscuras, intentando calmar mi cabeza y ordenar mis ideas. Mi encuentro con esa muchacha me había dejado completamente turbado y desconcertado, y ahora no sabia donde ir ni que hacer. Por un lado deseaba volver y encerrarme en mi cripta, pero por otro… la curiosidad por esa chica aumentaba a cada segundo que pasaba.

Había muchas cosas que necesitaba saber de ella, porque no había huido de mí, porque estaba dispuesta a morir, porque ese gato parecía ser lo único que la unía a este mundo.

Paré en seco, dispuesto a dar media vuelta, pero sin duda la muchacha ya no estaría en el callejón, a pesar de todo era el mejor sitio por el que empezar. Levanté la cabeza y con los ojos cerrados recordé el callejón donde todo había ocurrido, recordé el camino que había recorrido para llegar hasta donde estaba, y en una par de segundos, lo que tardo mi mente en hacer aquel viaje, me situé encima de la escalera donde un rato antes había ocurrido la escena. Estaba completamente desierto.

Me acerqué al cadáver de la mujer a la que había desangrado antes y propinando un puntapié a una rata que se alejo chillando, cogí mis gafas de sol, las frote contra el puño de la chaqueta y me las puse de nuevo, tapando mis irreales ojos.

Como imaginaba, allí no se encontraban ni la chica ni su gato, ni parecían hallarse ya cerca. Pero aunque no podía seguir el pensamiento de ella, siempre he tenido buen olfato, como todo vampiro, tan bueno para encontrar el camino por el que había llevado a su gato en brazos. A paso rápido, sin dejar de caminar fui de calle en calle hacia donde mis sentidos me orientaban y no tarde en volver de nuevo a calles más anchas y concurridas. Era ya entrada la madrugada, sobre las 3 o las 4 cuando volví a ver el Pub en el que había estado antes.

El rastro, sin embargo, me llevaba a una especie de discoteca donde entraba y salía mucha gente y que parecía estar abarrotada de turistas. Encima de la puerta se leía con luces brillantes “Sans Sons”.

Entre en el bar, que estaba completamente lleno, aunque no me vi con dificultades para sortear a los jóvenes que apenas podían moverse sin chocarse unos con otros. La decoración era completamente diferente del bar en el que había estado antes: luces de colores fijas, parpadeantes, móviles; acompañadas por una musica rítmica y repetitiva basada en golpes y pitidos… todo estaba orientado al movimiento y la hiperactividad nocturna potenciada por el ambiente a opiáceos que podía detectar y que no era poco.

Al girar la cabeza vi a la muchacha de antes, pero la imagen me impresiono: ya no llevaba al gato, y estaba forcejeando con dos muchachos que la arrastraban al fondo del bar, sin que nadie pareciera darse cuenta. Parecía tener cara de circunstancias e intentaba resistirse, pero no era rival para dos muchachos que la cogían uno por cada brazo. No pude evitar sentir curiosidad, y cuando hubieron desaparecido tras una puerta, avance hacia esta, estaban en el baño y oí como colocaban algo en la puerta intentando atrancarla.

Me apoyé sobre la pared, al lado de la puerta y pude escuchar los forcejeos que pronto cesaron. Oí la tela rasgándose, dejando en libertad los grandes pechos de la chica. Intenté entrar en su mente, aunque imaginaba como se sentiría en esas circunstancias, su pensamiento seguía cerrado para mí. Oí otro forcejeo, sus rodillas chocando contra el suelo, y un gemido de quien acababa de subyugarla. El sonido característico de dos cuerpos chocando. El fino réquiem de dos lagrimas estallando contra una baldosa.

Sin darme cuenta mi corazón latía con más intensidad, intente de nuevo entrar en sus pensamientos, parecía increíble que mi poder no funcionara con ella. Sin esperarlo si pude oír algo, algo que no tenia sentido, o que podría ser lo único que tuviera sentido en toda esta escena: “Mi princesa Aurora”.

¿Mi princesa Aurora. Que quería decir aquello? Un libro de cuentos, unos rizos rubios. Mi corazón parecía estallar de mi pecho. La curiosidad que sentía por esa muchacha y lo irreal de esa situación me alentaban a actuar con rapidez. Pero era el hambre y la excitación lo que tiño mis ojos de rojo, lo que hizo que, a la vista de cualquier ser humano, una extraña corriente de aire abriera la puerta del baño con un gran estruendo ya la volviera a cerrar.

Aurora estaba de rodillas en el suelo, uno de los chicos la cogia por las caderas y la empujaba contra él, mientras que otro, mas alto y delgado agarraba su cabeza obligándola a meterse su miembro en la boca.

Este ultimo, mas cobarde, mas tímido, incitado por su compañero y por las drogas, no me vio ponerme justo delante de el.

-No vas a necesitar esto- fue lo que oyó, las palabras que sonaron en su cerebro y que le hicieron sobresaltarse y mirar nerviosamente hacia todos lados.

Solo pudo ver, por fin, una mano mortecina, sujetando un corazón ensangrentado y todavía latiente. Y lo único que alcanzó a sentir antes de desplomarse, muerto, en el suelo fue una pequeña punzada en el pecho, mucho menos dolorosa que cada segundo de la vida del ser que se la había provocado.

El pequeño humano que había visto a su amigo desplomarse en el suelo tuvo el tiempo suficiente de empujar a la muchacha hacia el cuerpo de su amigo e intentar vestirse. El empujón provoco que la chica perdiera el equilibrio y si yo no la hubiera sujetado, habría ido a darse de bruces contra el suelo. No se si me vio o no, pero pareció quedarse mirándome durante una fracción de segundo. Quien no me vio hasta que no me coloqué en frente y lo levanté por el cuello fue el otro muchacho.

Con cara asustada y temblando como un flan me miro con terror a las gafas mientras intentaba forcejear.

-¿Qui…, quien coño eres tú?- preguntó con una voz ahogada, mitad por el miedo y mitad por culpa de mi mano que le presionaba una exquisita yugular-.

Lentamente, con la otra mano y sin dejar de mirarlo, me quite las gafas dejando al descubierto esos antinaturales ojos verdes. Lo que paralizó al muchacho por unos instantes. Sin duda era más valiente que su compañero a pesar de que ahora se estuviera orinando en los calzoncillos. Más cruel, y más malvado también. Aunque dicho por mi puede resultar irónico, e incluso cómico.

-Saberlo no te salvara- susurré lo bastante alto como para que la muchacha que nos miraba sollozando me oyera. Y acto seguido acerque al chico contra mi y le propiné un gran mordisco en el cuello, abarcando casi la mitad de este con mis colmillos, y destrozando sus músculos y sus venas con la fuerza de mi mandíbula. Su carne parecía mantequilla, y su sangre el mejor de los vinos que hubiera podido probar en mi juventud.

A medida que dejaba de patalear y sentía como su sangre comenzaba a fluir en menor cantidad, mi cuerpo me pedía más, y mis músculos se contraían intentando succionar más, hasta que sus vértebras cervicales chascaron, y su tronco se descolgó de su cabeza y quedo suspendido, sujeto por apenas medio cuello que amenazaba por terminar de rasgarse. Como la tela de las ropas de Aurora habían hecho hace un momento.

Solté su cuerpo inerte, y me retiré de el dándome la vuelta hacia la muchacha, completamente desnuda y apoyada sobre los lavabos que estaban justo enfrente. La mire a través del espejo, me estaba mirando con ojos llorosos. Lentamente me acerque a ella, que agacho la cabeza y la escondió entre las manos esperando lo peor por mi parte.

Ella seguía completamente desnuda, y a pesar de la excitación de la sangre y de la hermosura de su pálido cuerpo, decidí que era mejor salir de allí cuanto antes. Me quite la chaqueta y se la puse por encima, apoyando mis manos suavemente sobre sus hombros.

-Deberíamos salir de aquí cuanto antes –susurré mirando hacia la puerta- no creo que sea bueno que te encuentren aquí en esta situación.

-No tengo lugar donde esconderme de las preguntas hirientes… ni de la culpa –dijo ella con un hilo de voz que parecía desfallecer-.

-La culpa de esta situación es mía- dije volviéndome hacia ella -y si quieres, yo puedo ayudarte a esconderte de las preguntas-.

-¿Donde? –pregunto con un tono que parecía incrédulo y resignado-.

-En un lugar donde no tengas que fingir lo que no eres, ni temer lo que son los demás -dije extendiendo mi mano hacia ella-.

Ella comenzó a extender su mano hacia la mía, pero en el último momento se echó atrás, y mirándome con unos ojos decididos dijo:

-No me iré sin «él»

Durante un momento dudé a quien se refería, pero no tarde más de un segundo en caer en la cuenta, hablaba de su gato. Pero yo no sabia donde se hallaba, y ella no podía ir a por él.

-¿Dónde esta?

-Le dije... que fuese al hotel donde me alojaba.- susurró mientras me miraba a los ojos con una mezcla de inquietud y desolación.

-Esta bien, ahora tienes que venir conmigo, cuando encontremos un sitio donde refugiarnos iré a buscarlo y lo llevaré contigo. –en sus ojos residía una fuerza que parecía ir avivándose poco a poco, pero seguramente tendría mas que ver por saber que su animal estaba bien mas que por su propia seguridad- no le haré daño, puedes confiar en mi palabra

Ella asintió con la cabeza sin mirarme a los ojos. Estaba confusa y contrariada, pero los dos sabíamos que lo principal era irnos de allí cuanto ates.

Registré las carteras de los dos muchachos muertos y cogí unos 100 € en total, mas lo que tenia seria suficiente para pasar un par de noches en un cómodo hotel.

Una vez se hubo levantado y abrochado la cazadora larga que llevaba arrastrando debido a la diferencia de altura nos dirigimos a una ventana que daba a un patio interior y después de salir la ayude a salir a ella, una vez fuera debería intentar que nadie nos viera, y menos volado.

-Agarrate fuerte a mi, no tengas miedo- la dije al oído rezando porque nadie observara esa situación-.

Ella sin hacer ningún comentario ni alzar la mirada se agarró fuertemente a mi cintura y sentí el calor de su cuerpo a través de la ropa. No se como ni porqué pero me encontré acariciando suavemente su precioso pelo rizado.

Rápidamente nos elevamos, lo que hizo que la muchacha se agarrara fuerte de verdad, y a su vez yo sujeté su cuerpo por debajo de su pecho. Recorrimos Paris desde los cielos durante unos minutos y al fin pude ver un hotel alto, aparentemente lujoso y decidí probar suerte a ver si tenían una habitación en alguno de los últimos pisos. El problema era que llevar a la chica podría resultar peligroso, así que decidí posarme primero sobre un parque que ya había cerrado sus puertas, para dejarla en la seguridad de la soledad durante unos minutos, mientras yo hacia las gestiones propias.

-Volveré en unos minutos, no quiero que te vean en la recepción del hotel y puedan seguirnos el rastro. Vendré enseguida y te llevare a un sitio seguro –dije nuevamente mirándola a esos grandes ojos, y sintiendo el calor de su mejilla en mi mano-.