jueves, 5 de julio de 2007

VI. Vida y Muerte


Me encontré sola, paseando sobre mis pies descalzos, cohibidos por la magnificencia de la luna llena.

Resultaba lúgubre, casi grotesca, la escena vista desde la perspectiva de una tercera persona; Una joven violada por sus compañeros de clase, que, en pleno acto sexual, fueron brutalmente masacrados por un ser misterioso, que, en términos infantiles, podría ser definido como “el príncipe azul”.

Pero, a pesar de sus caricias y su oportuna acción en los acontecimientos, mis ojos lo vinculaban, irremediablemente, a la muerte. Y, al contrario de cualquier otra persona, la muerte no era algo que me desagradara.

Levanté la vista. Los extensos jardines de margaritas, marcadas por el férreo azote del invierno, llegaban a su fin, y un gran lago, surcado por un puente de adornos chinescos, reposaba tranquilo en el vacío de sus negras aguas.

Lentamente me senté en su orilla, y con delicadeza, alcé la mano para cortar una de las margaritas del jardín.
La guardé entre mis manos un momento, como protegiéndola de su infrenable putrefacción, y luego la liberé para verla a la luz de la luna y comenzar, luego, a despojarla de sus pétalos en un rezo turbador que sólo comprendería mi alma.
Supe mi destino al arrancar el último pétalo. Yo, como la frágil flor que ahora reposaba entre mis dedos, me encontraba despojada de toda la esperanza que un día recubrió mi corazón, haciéndolo relucir entre la hierba. Lancé el tallo al lago y el agua lo devoró en un solo segundo, sin dejar de él más que el recuerdo.

Me puse en pie sin cavilar, y acerqué mis pies al intenso frío del agua. Miré a la luna, que me devolvió su fría sonrisa, y dejé caer la gabardina que cubría mi cuerpo desnudo, adentrándome en el gélido abismo que se presentaba ante mí.

Quizás hubieran transcurrido horas o sólo unos minutos desde que mi cuerpo comenzó a tocar las gélidas aguas. La luna llena me hipnotizaba, haciéndome ir directamente hacia su iridiscente resplandor cuando un ruido despertó mis sentidos y me hizo voltear mi espalda suavemente para cruzar mi mirada con la del ser que me había llevado hasta allí. Mi sonrisa intentó ser esperanzadora y jovial, pero un halo de amargura quebró mis labios.

-Se que esta noche lo has pasado mal, pero por muy extravagante que te pueda resultar, puedes confiar en mi. No voy a hacerte daño- La pálida piel de su rostro reflejaba la luz plateada de la luna. Volví a mirar hacia adelante y mis labios se tornaron irónicos. - ¿Confiar en... tí?- Reí con el mismo tono sarcástico y miré al cielo para encontrar la luna. - Tú no tendrías reparos en hacer lo que me hicieron... Y menos tendrías en quitarme la vida. Es tu sino, ¿no? Matar para vivir. Jugar con tus víctimas es sólo un pasatiempo... ¿Quién me dice que no juegas conmigo ahora mismo?
- Soy un asesino por naturaleza, necesito matar para vivir. Soy un demonio sediento de sangre, pero la sola idea de acabar con la vida de alguien me hace desear la muerte por encima de todo. ¿Por qué tú, una joven buena y tan bella desea la muerte? ¿Cuál es el crimen para ese castigo? ¿O es más bien una liberación?
Yo puedo enseñarte lo que es la muerte si lo deseas, pero dale a la vida otra oportunidad. La muerte es el final, quien sabe lo que es la vida… - La voz de aquél ser sonó calmada y profunda a mis espaldas.

Miré mis manos bajo el agua cristalina. - ¿Otra oportunidad dices? Vivo está mi cuerpo, pero mi alma está marchita, apagada, esperándome al final del camino, cuando todo esto acabe, cuando al fin deje de sufrir. -

- Tu alma puede estar dormida- Se apresuró a decir él. – Pero no ha muerto, yo puedo percibirlo. Tu vida puede ser un eterno sufrimiento del pasado, o la esperanza de vivir el futuro. Yo, a diferencia de ti, hace muchos años que no veo el sol, pero sigo dándole un sentido a mi vida, sigo manteniendo mi alma viva. Tú también puedes hacerlo, lo sabes.

Volví a voltearme para mirarle a los ojos y exhalar, como en un suspiro, las palabras, quizás con ira, quizás con desconfianza. - ¿Qué sentido puede tener la vida de un... demonio?

A aquél extraño ser no pareció afectarle mi tono, y respondió con la misma profundidad que antes. - De demonio solo tengo digamos... la inmortalidad. Pero soy mas humano de lo que piensas, y como todo humano mis deseos son equiparables a los vuestros. Llevo siglos sumido en la soledad... una eternidad de soledad. ¿Quien podría soportar eso?

Miré de nuevo a la luna, con mi sonrisa irónica, aún más vulnerable. - Sólo un loco podría... Sólo quien carece de vida. No sé si hallas compañía en la sangre de tus víctimas, pero créeme, si realmente fueras humano, la soledad te habría consumido, tal y como hizo conmigo... – Me volteé del todo y mire hacia donde estaba.

- ¡No es locura! , créeme. No es falta de humanidad. Puede que mi voluntad no sea como la vuestra. Puede que mi paciencia sea casi infinita. O, puede que nunca haya perdido la esperanza de encontrar a alguien especial – Se cruzaron nuestras miradas y recordé, al mirar en sus mortecinos ojos, la sensación de su cuerpo rozando el viento, del gélido tacto de sus manos sujetándome ante el inmenso vacío plagado de luces.
Cerré los ojos y un rial de pensamientos surcó mi mente hasta hacerme caer de rodillas, intentando retener las lágrimas. Pude sentir como su oscura figura se arrodillaba para sujetarme en su pecho, sobre el que caí sin fuerzas.
-Que necesitas para demostrarte que dijo la verdad, para que puedas confiar en un alma atormentada que solo pretende ayudarte a vivir. –
No era más fría el agua que su pecho, que vibraba con cada palabra, sin embargo algún tipo de calidez brotó de sus palabras, reconfortándome.

- Necesito saber por qué me elijes a mí... – Cerré los ojos. Las fuerzas me eran insuficientes, sólo era capaz de oír la brisa y el movimiento del agua. Mi cuerpo no sentía nada. El pensamiento de mi muerte surcó mi mente hasta que sentí como sus brazos rodeaban mis hombros y me susurraba al oído.

-Porque de entre todas las personas que viven en este mundo eres la más buena, la más bella, la que más se merece ser salvada. Y porque desde que te vi en aquel callejón, no puedo alejarme de ti.
Mi voluntad alcanzó a mirar sus enormes ojos verdes durante un corto periodo de tiempo, para luego desfallecer en sus brazos.

Sudaba por todos los poros de mi cuerpo y los primeros rayos de sol se posaban en mi cara. El calor no me hacía ninguna gracia. Me revolví en la cama, notando aún frías mis extremidades y me paré a pensar qué era lo que había sucedido.
Él me había vuelto a salvar, esta vez de una hipotermia. Empezaba a creer sus palabras. Después de todo, él era mi única esperanza.

Me incorporé y me asombré al observar una cálida habitación de hotel de grandes ventanas.

Volví a tumbarme. No parecía haber nadie en la habitación, pero si él era lo que yo creía que era, y sobre lo que había leído, el sol debía estar quemándole hasta la muerte, aunque en ese momento no fuera lo más oportuno para mí pensar en los relatos de Bram stocker.

Allí me encontraba sin saber qué hacer ante la claridad de la mañana, absorta en la magnitud de mis pensamientos, cuando en un segundo, algo chocó contra la ventana del balcón cerrado, abriéndolo de par en par.

Una mancha negra que rápidamente pude identificar, chocó contra la pared y comenzó a emitir un sonido ensordecedor.

Sin siquiera pensarlo, salté de la cama, apresurándome directamente hacia la persiana, que forcé con gran estruendo hasta cerrarla herméticamente.
Arrodillada en el suelo, bajo la ventana, miré a la masa oscura que se encontraba ante mí, y cuyos gritos habían cesado. Sumergido bajo su largo cabello oscuro, su pálida piel no parecía haber sufrido daños, y sus ojos se habían cerrado. ¿Estaría dormido?

VI. MuerteY Resureccion


A los pocos minutos me encontraba subiendo las escaleras de entrada al Hall del Hotel. El recepcionista, un joven moreno con cara de sueño, me recibió con una sonrisa.

Urdiendo la trama a medida que hablaba, reservé una habitación doble para un par de noches en la que esperaría a mi esposa, que sin duda vendría al día siguiente, y en la que no debían molestarme bajo ningún concepto hasta que ella no apareciera.

Una vez pagada la habitación por adelantado con parte del dinero que robaba a mis victimas, subí a ésta y, observándola detenidamente, me preocupé de comprobar que con las persianas bajadas no entraría nada de luz. Abrí la puerta que conducía a la espaciosa terraza. Era una noche de ligero viento y ante la posibilidad de que la puerta pudiera cerrarse a mi paso, coloqué una pequeña butaca de la habitación bloqueándola. Pasando por encima de la verja que me separaba de los 12 pisos de vacío me deje caer a la oscuridad y a la frescura del viento.

Lo que tarda un cuerpo en caer desde esa altura fue lo que tardé en llegar de nuevo al parque, cerca de la posición en la que había dejado a la muchacha. Mientras caminaba por el cuidado césped hacia donde debía estar ella, pude apreciar continuos jardines de flores amarillas, que adquirían un tono más lúcido por la claridad de la luz de la luna llena. Un poco mas allá un camino, y a los márgenes de éste, cada pocos metros, como si fueran las luces de una pista en un aeropuerto, unos grandes y viejos Abetos, que no habían visto una noche como aquella en toda su existencia.

Caminé hacia donde suponía que debía estar, pero ella no estaba, ¿su frágil alma había decidido huir del monstruo?

Afiné mi oído y pude sentir el movimiento del agua cercana, y el crujir de la madera medio podrida. Ansioso, me acerqué hasta un pequeño lago cruzado por un viejo puente de madera, el agua transparente y tranquila reflejaba y multiplicaba el brillo de una luna extrañamente grande. Vi el cuero negro de mi gabardina, bajo la rama de uno de los Sauces "llorones" que llegaban hasta la orilla, y los finos y pálidos hombros de un maravilloso cuerpo femenino, separados por unos rubios tirabuzones que caían sobre una espalda casi nacarada.
Ante mi fascinación debí hacer ruido, porque la muchacha se giró sutilmente dejándome ver sus pálidos y exuberantes pechos, cada uno terminado en un duro y rosado pezón que contrastaba con la blancura del resto de su cuerpo. El frío no solo se notaba en sus pezones, pues en sus brazos tenia la piel de gallina, pero ella no parecía estar incómoda, sino todo lo contrario.

Al mirar a sus ojos vi que estaba mirándome extrañamente, dedicándome la sonrisa más amarga que haya podido ver en mi vida.

Tras unos segundos observándola me di cuenta de que no tenia intención de moverse, y sentí que una sensación de desolación y derrota recorría su cuerpo.

Sentí la necesidad de hablar, era como si se estuviera alejando de este mundo, hundiéndose en la perdición y mi voz fuera lo único capaz de retenerla.

-Se que esta noche lo has pasado mal, pero por muy extravagante que te pueda resultar, puedes confiar en mi. No voy a hacerte daño-.

Ella sonrió irónicamente. - ¿Confiar en... tí? Tú no tendrías reparos en hacer lo que me hicieron... Y menos tendrías en quitarme la vida. Es tu sino, ¿no? Matar para vivir. Jugar con tus víctimas es sólo un pasatiempo... ¿Quién me dice que no juegas conmigo ahora mismo?

-Soy un asesino por naturaleza, necesito matar para vivir. Soy un demonio sediento de sangre, pero la sola idea de acabar con la vida de alguien me hace desear la muerte por encima de todo –hice una pausa obligada pues no deseaba que de mis ojos brotara la sangre culpable de mi desdicha-. ¿Por qué tú, una joven buena y tan bella desea la muerte? ¿Cuál es el crimen para ese castigo? ¿O es más bien una liberación?

Yo puedo enseñarte lo que es la muerte si lo deseas, pero dale a la vida otra oportunidad. La muerte es el final, quien sabe lo que es la vida…

- ¿Otra oportunidad dices? Vivo está mi cuerpo, pero mi alma está marchita, apagada, esperándome al final del camino, cuando todo esto acabe, cuando al fin deje de sufrir.

Viendo el abatimiento de la muchacha, intente nuevamente hacerla entender que no éramos tan opuestos.

-Tu alma puede estar dormida, pero no a muerto, yo puedo percibirlo. Tu vida puede ser un eterno sufrimiento del pasado, o la esperanza de vivir el futuro. Yo, a diferencia de tí, hace muchos años que no veo el sol, pero sigo dándole un sentido a mi vida, sigo manteniendo mi alma viva. Tú también puedes hacerlo, lo sabes.

-¿Qué sentido puede tener la vida de un... demonio? – me dijo ella con un tono entre dolido y acusador-.

-De demonio solo tengo digamos... la inmortalidad. Pero soy mas humano de lo que piensas, y como todo humano mis deseos son equiparables a los vuestros. Llevo siglos sumido en la soledad... una eternidad de soledad. ¿Quien podría soportar eso?

- Sólo un loco podría... Sólo quien carece de vida. No sé si hallas compañía en la sangre de tus víctimas, pero créeme, si realmente fueras humano, la soledad te habría consumido, tal y como hizo conmigo...

-¡No es locura! –Dije súbitamente- créeme. No es falta de humanidad. Puede que mi voluntad no sea como la vuestra. Puede que mi paciencia sea casi infinita. O, puede que nunca haya perdido la esperanza de encontrar a alguien especial –mis ojos se posaron en los suyos y sin quererlo dejé fluir en su mente la imagen de los dos flotando en el cielo, abrazados-.

Al ver a la muchacha hundirse en el agua sollozando, entré rápidamente en el lago y cuando llegué donde estaba ella me arrodillé y pasando una mano por sus axilas la sujeté suavemente ayudándola a levantarse. Una vez de pie, dejé que se apoyara sobre mi pecho.

- ¿Que necesitas para demostrarte que dijo la verdad, para que puedas confiar en un alma atormentada que solo pretende ayudarte a vivir?.

- Necesito saber por qué me elijes a mí... - Cerró los ojos.

Rodeando sus hombros con mis brazos volví a susurrar al oído de la muchacha.

-Porque de entre todas las personas que viven en este mundo eres la más buena, la más bella, la que más se merece ser salvada. Y porque desde que te vi en aquel callejón, no puedo alejarme.

La muchacha clavo sus ojos en los míos y acto seguido desfalleció, debido seguramente al cansancio y al frío.

Rápidamente la cogí en brazos y la saque del agua envolviéndola nuevamente en la gabardina de cuero negro que había tirada en la orilla del lago.

Agarrándola fuertemente y asegurándome de que no correría peligro, me levante sobre el cuidado césped y los abetos del parque, subiendo muchos metros y flotando rápidamente hacia la ventana que había dejado abierta de la habitación del hotel.

Lo primero era hacerla entrar en calor. Cerré la ventana, la despoje de la húmeda gabardina y la tumbé en la cama cuidadosamente hecha. De camino al baño, encendí la calefacción de la habitación y puse el termostato en la máxima posición.

Rápidamente fui al baño y abrí el grifo del agua caliente de la bañera hasta que comprobé que salía vaho. Puse el tapón de la bañera y volviendo a la habitación, cogi el cuerpo de la joven inconsciente en brazos.

Entonces pude apreciar con más tranquilidad su hermoso cuerpo desnudo. Sus finos rasgos faciales no dejaban apreciar el sufrimiento de su alma y su fino cuello blanquecino me provoco un fuerte deseo de posar mis labios sobre el. Sus generosos pechos, que caían relajados sobre su cuerpo y sus todavía duros pezones me hacían desear cosas que hacia siglos que creía olvidadas, y hacían reaccionar partes de mi cuerpo que también creía muertas.

Sus pechos y su vientre liso y blanquecino, su pubis completamente exento de vello y sus tersos y curvados muslos, hicieron crecer todavía más la excitación en mí.

Cuidadosamente metí su cuerpo en la bañera de agua caliente, esperando que contribuyera a calentarla más rápidamente.

Al cabo de un rato, cuando yo también me hube quitado mi empapada ropa y la excitación física fue remitiendo, me puse una especie de albornoz con el grabado del hotel y habiéndome asegurado que su cuerpo había entrado en calor, la sequé con unas toallas y la metí en la cama cuidadosamente para no despertarla de su agotamiento.

Súbitamente el recuerdo del felino de la muchacha invadió mi mente, y supe que debía ir a buscarlo, pues la chica le tenía gran aprecio. Pero, ¿como podía encontrarlo? No podía seguir al resto de sus compañeros hacia el hotel de los estudiantes porque sin duda seria volver al escenario del crimen y no era conveniente.

Por otro lado tenía que actuar rápido, pues la oscuridad del cielo ya no era tal, y aunque muy sensiblemente, inapreciable para un humano, mis ojos podían apreciar como la claridad de un nuevo amanecer comenzaba a hacerse presente. Amanecería como mucho en un par de horas.

Tome mi ropa todavía húmeda y me vestí rápidamente, abrí la ventana asegurándome de no cerrarla del todo antes de salir disparado hacia la zona de la discoteca.

Al llegar, vi que alrededor de la discoteca de la que habíamos huido había varios coches de policía y hombres de uniforme entrando y saliendo, pero en los locales de alrededor parecía haber un ambiente normal, por lo que me decidí a bajar al bar siniestro en el que había estado antes de que todo ocurriera. Entre rápidamente y me dirigí hacia el camarero que me reconoció al instante como el cliente de hace un rato.

Intentando no levantar sospechas y utilizando toda la persuasión de la que era capaz pregunte al camarero por algún hotel en el que pudieran alojarse alumnos extranjeros. Según me dijo, en la zona centro, no muy lejos había varios, Me contó que tenían prohibido salir por la noche pero que siempre se escapaban y salían a emborracharse.

Con la información obtenida le di las gracias al camarero y salí rápidamente del local. Debido a la hora, las calles estaban desiertas, por lo que no me costo mucho evitar que me vieran despegar del suelo como un borrón negro.

Tras unos minutos llegue a la zona que me había indicado el hombre y no tarde en apreciar el peculiar olor ya familiar de aquel gato, mezclado con el mismo aroma que desprendía la muchacha. Rápidamente bajé a la cornisa en la que el felino se asomaba por el vació de varios pisos de altura, el cual al verme corrió rápidamente dentro de la habitación a través de la ventana abierta.

Cuando entre en la habitación sentía un picor incomodo en mi piel, y mis ojos también comenzaban a picarme agotados, la llegada del amanecer antes de tiempo podía costarme demasiado cara.

Entre rápidamente tras el felino que al volverse y viéndome tan cerca de el dio un salto hacia atrás y soltó un sonoro bufido al tiempo que se erizaba.

No había tiempo para juegos, miré rápidamente alrededor y vi el trasportín en el que la muchacha había traído al gato lo tomé del asa y abrí la puertecita. Localice al gato que se había subido encima de la cama y me miraba erizado, y con una velocidad sobrenatural lo atrape dentro de la maleta especial para animales antes de que se diera cuenta de lo que había pasado.

Rápidamente volví a salir por la ventana con el gato en dirección al hotel donde se encontraba la dueña. El felino no dejaba de maullar asustado por estar volando al lado de un desconocido, pero había algo mas que lo atemorizaba, el hecho de mi condición de inmortal. No sabia como pero los gatos eran capaces de apreciar esto.

La piel comenzaba a arderme dolorosamente y no podía mantener los ojos abiertos, por dos veces casi pierdo el equilibrio y sentía como si ya no tuviera la fuerza de un inmortal. El gato debió notar mi angustia porque se puso mucho mas nervioso en su jaula.

Cuando vi a lo lejos la ventana aparentemente cerrada de la habitación, me lancé hacia ella con todas mis fuerzas y cerré los ojos, la claridad del cielo era ya visible y el sol comenzaría a salir en unos minutos.

Con un gran estruendo choqué contra la ventana abriéndola de par en par y aterrizando sobre el suelo de la habitación rodando hasta chocar contra la pared del otro extremo. La jaula del gato salio disparada y calló afortunadamente encima de la cama sin mayor problema que el susto del felino.

Me estaba quemando vivo y por las persianas abiertas entraba más luz, pero yo ya no tenía fuerzas para hacer nada, oía una voz en mi mente gritando algo que no podía entender, pero pronto me di cuenta de que mi boca estaba abierta y que yo estaba gritando apenas con fuerzas, pidiendo ayuda.

Y súbitamente la oscuridad y el frío cayó sobre mí.