jueves, 3 de enero de 2008

VII. Hipotermia

Perdí la noción del tiempo mientras incorporaba a aquella masa inmóvil y la hacía yacer en la cama. Al primer contacto con su cuerpo noté una calidez desorbitada, como si tuviera algún tipo de fiebre que no parecía tener intención de bajar. Cogí el mando del aire acondicionado, y tras varios intentos, logré elevarlo a su máxima potencia, fue entonces cuando me di cuenta de que mi fiebre también iba en aumento. El frío parecía abrasarme la espalda y el pecho, y mi dificultad para respirar era cada vez mayor.
Le quité las ropas al ser que yacía en la cama, con intención de que su cuerpo se enfriase más fácilmente, y encendí una pequeña lámpara que se hallaba en la mesilla de noche, pues al cerrar las ventanas me había quedado completamente a oscuras.
Al despojarle de la camiseta descubrí su torso, marmóreo y suave, sin un solo vello. De una pureza algo paradójica para un ser de naturaleza criminal, y cuyo tacto de algodón poseía una calidez extraña que no debía poseer con normalidad.
Me vestí con la gabardina que le había quitado, y, observando sus quemaduras en brazos y cuello, me dirigí al baño para humedecer unas toallas y colocarlas en los lugares más atenazados por la luz del sol.
Mientras le colocaba las toallas húmedas, noté como su mano se posaba en la mía.
- Gracias. – Dijo difícilmente su voz mientras sus ojos se fijaban en los míos.Se dibujó en su rostro una sonrisa extraña que pensé que jamás dibujarían sus labios, y se extinguió ante la debilidad de su cuerpo, sumiéndome de nuevo en una soledad marchita.


Mi cabeza daba vueltas y comenzaba a doler. Noté el sudor frío en mi nuca y en mi frente, al que siguieron continuos mareos cada vez más frecuentes. Parecía estar al borde del desmayo cuando él abrió los ojos.
Sonreí con cuanta fuerza pude.
Él me observaba mientras mullía las toallas para darle más frío.

- No tienes buen aspecto. – Su voz parecía algo alarmada. - ¿Estás bien?
Me apresuré a contestar.
- Sí, ¡Claro!... Estoy bien. – Terminé la frase antes de desplomarme contra el frío suelo y dispersarme en la más basta de las penumbras.

VII. Tormento

Al deshacerse la oscuridad, vino la claridad a mis ojos, empañada por una fina película borrosa que no me dejaba apreciar bien los rasgos de la figura que se encontraba enfrente de mí, aliviando mis quemaduras. Aunque yo ya sabía quien era, su olor, sus movimientos…

Torpemente, demasiado para un ser de mis características, busqué la calidez de su mano. Noté su sedoso tacto y su extraña frialdad, parecía que ella tampoco se encontraba bien.

-Gracias –las sílabas salieron de mi boca a trompicones debido al a conmoción y al dolor, pero una sonrisa de confianza se dibujo fácilmente en mi rostro. Demasiado fácilmente para ser la primera de toda mi existencia.

El dolor me atenazaba la sien y me quemaba los huesos. Repentinamente sentí un pinchazo en la nuca… y de nuevo, la penumbra.

Cuando volví a abrir los ojos, sentía martillearme la cabeza, pero la pesadez de mi cuerpo parecía haberse suavizado. Lentamente conseguí enfocar la vista en la bella muchacha que tenía a mi lado, abrigada hasta las orejas y tiritando, y aún así, seguía poniendo toallas de agua fría sobre mi torso desnudo.

Su sonrisa en aquel momento me reconforto enormemente y olvidando por un momento mis dolencias observe su estado.

-No tienes buen aspecto –dije preocupado mientras intentaba incorporarme sobre la cama- ¿te encuentras bien?

-Si, ¡Claro!… Estoy bien –su voz era apenas un susurro, y nada mas decir esas palabras se desplomó sobre el suelo de la habitación-.

Rápidamente me levanté de donde estaba tumbado, todavía con la cabeza dándome vueltas y retiré las toallas de la cama. Agachándome donde ella estaba desplomada, comprobé que seguía igual de gélida que cuando llegamos a la habitación. La despoje de la gabardina de piel también congelada y haciendo acopio de fuerza la cogí en brazos y la tumbé en la cama, tapándola con las gruesas mantas, especialmente preparadas para las noches de frío invierno.

Mi cabeza comenzaba a dar vueltas de nuevo, amenazando con hacerme perder la consciencia. Pesadamente me senté a un lado de la cama, apoyando la espalda sobre la mesilla de noche y, palpando el mando, apagué el aire que tanto reconfortaba mis quemaduras, ya que la vida de la muchacha que estaba delirando por la fiebre, era mucho más importante que mis achaques, que sin duda curarían en pocos días.

No recuerdo cuanto tiempo estuve en esa posición, luchando por no desmayarme. Poco a poco, con ayuda del dolor que me mantenía despierto, mi cabeza comenzó a serenarse y mi preocupación volvió a centrarse en esa muchacha que me había salvado la vida, y que esta noche podía perder la suya si no hacia algo.

Puse una mano sobre su frente, y volví a sentir el dolor de la quemadura en mi mano, avivada por el calor de su cuerpo, sin duda tenia la fiebre alta. Cogí su mano suavemente y note su pulso, cada vez más lento.

Podía oír los latidos de su corazón, y el terror me invadía en cada pausa eterna que se tomaba aquél helado músculo.

Si quería salvarla tenía que llevarla a un hospital rápidamente, pero eso no podía ser, después del episodio del bar toda la policía de la ciudad estaría detrás de ella, y sin duda su foto ya estaría en comisarías, hospitales, recepciones de hoteles y Dios sabe cuantos sitios más.

Solo quedaba otra opción, antinatural e irracional, y seguramente si ella hubiera estado consciente no habría aceptado lo que ahora iba a ofrecerle. Afortunadamente, no estaba en condiciones de resistirse a nada y la situación en estos momentos, no se podía negar, no era nada racional.

Con dificultad, poniéndome de rodillas conseguí asomarme a la cama y sentarme en el borde de esta, al lado de la joven.

Un nuevo dolor, reconfortante y dulce, acompañado de la calidez de la vida, rasgó mi muñeca izquierda cuando la abrí de un tajo con la uña del pulgar derecho. Acercándola a la boca entreabierta de la muchacha, susurré en su oído, mientras las primeras gotas comenzaban a calentar sus labios.

-Bebe pequeña Aurora –mis propias palabras resonaron en mi interior- esto te curará, princesa. Confía en mí y descansa, mañana estarás mejor.

A los pocos segundos, después de haber tragado varias veces, sus mejillas recuperaron parte de su color, y el tono azulado de su piel pareció desvanecerse.

Cuando mi herida cicatrizó, volví a coger su muñeca, y mi tranquilidad fue total al comprobar que volvía a recuperar la vida. Y aunque no sabia que efecto podría haber causado aquella mínima cantidad de sangre extraña en su cuerpo, supuse que no seria nada importante y que lo único que tenía trascendencia en aquellos momentos era que había funcionado.

Agotado de nuevo por la “donación” volví a sentarme en el suelo, esta vez apoyado en la cama y cerré durante un momento los ojos…