martes, 5 de junio de 2007

IV. Encuentro

Levanté la tapa de mi ataúd y de nuevo salí a la luz del atardecer, del sol solo quedaba el reflejo rojizo en el horizonte. Era una noche gélida, sin una sola nube en un cielo en el que poco a poco iban apareciendo las estrellas.
Lentamente me alisé la ropa y me deslicé con suavidad por el hueco de las escaleras de la torre, mientras me daba cuenta de lo peligroso que era, para mi, dormir en ese sitio, arriesgándome a que alguna parte de la vieja torre se derrumbara encima de mi justo a pleno día, o en que alguno de esos modernos aparatos que surcaban los cielos, podía darse cuenta de que allí había algo raro.

Mientras me encaminaba ladera abajo hacia el pueblo decidí que debía levantar de nuevo el castillo. Lo quería tal y como lo había conocido, de esa forma, puede que mi soledad fuera algo menor, al encontrarme en mi hogar de la infancia. Conseguiría el dinero y comenzaría la obra en cuanto pudiera. Haciéndome pasar por algún restaurador o multimillonario y comprándole los terrenos a sus ilegítimos dueños… o robándoselos.

Cogí el autobús hacia La Mure como de costumbre, a la misma hora y en la misma parada, en frente de la iglesia en la que hacia varias noches habían encontrado el cuerpo del cura desangrado.
Esta noche tenia reservado un pasaje de tren a Paris. Sentía una gran curiosidad por conocer la ciudad, sus monumentos y catedrales, y también quería probar la comida de la gran ciudad…

Sonreí con mi propio sarcasmo y el conductor del autobús me devolvió una sonrisa cortes a la que asentí educadamente.
El final del trayecto era precisamente la estación de ferrocarril. Cuando entre en ella vi en un letrero que faltaban escasos minutos para la salida del tren, por lo que me dirigí hacia el anden dos sin perder el tiempo, el hambre empezaba a atenazarme el estomago, pero todavía era un simple aviso, poco preocupante.

Exactamente a las 8:43 de la tarde salio el tren con dirección a Paris, y unos minutos mas tarde vino un revisor a mirar los billetes. Yo estaba sentado en un vagón turista, puesto que el dinero que había robado a la muchacha del otro día no me había dado para más. Eran asientos de dos en dos, separados por un estrecho pasillo, a mi lado no había nadie, así que pude estirarme cómodamente ocupando parte del asiento de al lado.
Por la ventana del tren una persona normal solo podía ver la inmensidad de la noche, a pesar de lo temprano de la hora en invierno los días son mas cortos, por lo que hay mas tiempo para disfrutar de la noche. Yo sin embargo podía ver los campos yermos por la helada y las carreteras que pasaban junto a la vía.

El viaje fue largo para mi gusto, y aunque transcurrió sin incidencias me vi obligado a levantarme un par de veces por el mero hecho de no seguir sentado. El hambre iba haciéndose mas punzante y comenzaba a sentir el dolor en mi estomago. Me plantee la posibilidad de dar muerte a alguno de los pasajeros del vagón, pero no quería arriesgarme a que lo descubrieran y tener que verme en problemas.
Cuando llegamos a Paris eran las 11:25 de la noche, y yo no soportaba mas tiempo sentado.

Al salir de la estación miré un folleto informativo en ingles sobre lugares de interés en la ciudad, y decidí ir a una zona de fiesta nocturna, esa noche me había propuesto divertirme y lo primero que debía hacer era comer, puesto que mi cuerpo me lo pedía con una molestia incesante.

De camino a la zona de Bastille, donde según el folleto estaba lleno de bares y discotecas, pasé por calles de dudosa seguridad para una persona normal, buscaba algún perdido, algún despojo de la sociedad que no me saciara lo suficiente y así poder dar rienda suelta a mi instinto durante la noche.
Encontré finalmente un drogadicto semiinconsciente que no se entero cuando le partí el cuello al tirar su cuerpo casi desangrado al suelo.

Al cabo de unos minutos de andar por calles guiándome más por mi oído que por el mapa llegué a una zona bastante mas animada, con anchas calles llenas de gente y de luces, con edificios bajos adornados por letreros luminosos en las fachadas, y porteros trajeados cuidando de que ningún indeseable entrara sin permiso.
Me llamó la atención un local del que bajaba por unas estrechas escaleras una alfombra negra, y estaba adornado con telarañas de tela en su fachada. Decidí pasar a observar el ambiente, según parecía era alguna especie de local que pretendía imitar la temática de mi época, al juzgar por el aspecto y las vestimentas de los humanos que entraban en el.
Pasé al local, no me fue difícil, solo tuve que convencer al portero sutilmente y “decidió” que por una vez no pasaba nada. Una vez dentro la decoración se mezclaba entre la capilla de Pierre-Chapel y un cuento de brujas, arañas y escobas. Durante gran parte de la noche me dedique a observar a la gente, su manera de relacionarse, escuche sus conversaciones. La mayoría jóvenes que buscaban conocer gente acorde con sus gustos, gustos extraños quizás para mucha gente, pero con los que me sentía un poco identificado, me parecía gracioso e incluso agradable que quisieran imitar la época de la que procedía.

Después de estar varias horas observando a la gente y hablar a ratos con un par de jóvenes que tendrían la misma edad que yo cuando fui hecho vampiro, decidí que de nuevo era hora de alimentarse. Me alejé un poco de la zona concurrida y vi como una pareja que tenia delante se desviaba con intenciones mas que claras para cualquiera. Observe como giraban una esquina en dirección a un callejón estrecho y decidí que era hora de disfrutar del calor humano, así pues les seguí adentrándome yo también en el callejón.

Mientras les observaba caer en la lujuria y arrancarse las ropas el uno al otro, inducidos por la euforia del alcohol, sentí un movimiento al otro lado del callejón, pero no me preocupó en exceso, pues seria un gato o una rata en busca de comida.
Cuando la excitación llegaba al extremo no pude contenerme mas, y de un salto me plante detrás del hombre al que aparte con un fuerte empujón, y sus huesos sonaron al partirse contra la pared a varios metros de nosotros. La chica estaba tan borracha que no se dio cuenta cuando comencé a besarla el cuello y a tocar sus calientes pechos que estaban al descubierto. Sin duda notaba el frió de mi piel, pues en mis labios notaba arder los suyos, y en mis manos sus pezones endureciéndose.

-Hazme lo que quieras joder. Pero házmelo ya porque estoy a cien –me dijo al oído con un susurro-.
-Esta bien -la respondí también en un susurro, sonriendo-.

Clavé mis colmillos en su cuello mientras con mi cuerpo la sujetaba contra la pared, en un forcejeo sin darme cuenta las gafas que llevaba puestas cayeron al suelo, podía oír sus silenciosos gemidos, mezcla de dolor y placer, y lentamente fueron acallándose, a medida que su cuerpo se relajaba y se enfriaba. Hasta que finalmente cayó a mis pies con los ojos cerrados en esa mueca de placer.

Sin apenas darme tiempo para reaccionar, oí un ruido en las escaleras de emergencia que había por encima de nosotros, al mirar vi a una joven con un gato en brazos, ella me miro sorprendida, sin duda había visto lo sucedido. La muchacha estaba inmóvil en las escaleras, sorprendida y seguramente asustada por la escena que acababa de presenciar, pero no podía dejar que se fuera, no podía arriesgarme a que fuera corriendo a contárselo al primero que pillara. Lentamente comencé a subir los peldaños de la escalera pensando en que hacer. Ya me había saciado por el momento y ahora mismo no quería mas sangre, así que me limitaría a tirarla de las escaleras como si se hubiera suicidado.

-No tengo nada en contra tuya, pero no puedo dejar que vayas contándole esto a tus amigos –dije en ingles, con un susurro de voz, intentando que nadie que pudiera deambular por ahí se percatara-.

-Haz conmigo lo que te plazca, criatura de la noche, pues ni tú ni el mismísimo diablo podéis hacer que olvide este dolor. Si tu deseo es acabar con mi vida, no me opondré, pero si con mi cuerpo consigues darle vida a esos ojos verdes rogaría que no lo hicieras, pues nadie sabe si la inmortalidad les depara un llanto eterno.

Su respuesta me pareció surrealista en una muchacha como ella. Había visto a los chicos góticos del local, todos hablaban sobre la vanalidad de la vida y el deseo de eternidad, pero en sus pensamientos podía ver que amaban esta vida y este mundo más que a ninguna otra cosa. Pero con esta muchacha era diferente, sus palabras eran sinceras, aunque lo que más me alarmaba era que no podía saber que pensaba en realidad. Esta niña me había cerrado su mente, y era imposible de penetrar.

Sin darme cuenta me hundí en la profundidad de sus ojos, unos ojos grises, enormes y llenos de algún sentimiento desolador, pero no conseguía saber más. Realmente era muy hermosa, sobre todo su cara alargada, y su pálida piel, mucho mas pálida que la de los humanos normales, aunque no tanto como la de un vampiro. De pelo liso y completamente rubio, y sus labios carnosos y rojos, creaban el contraste más bello que había visto jamás.
Por unos momentos me quede embobado con su sola presencia, con su belleza y con su aparente sinceridad. Era la primera vez en siglos que tenia esa sensación.
El enfado no tardo en aparecer, enfado porque no sabía que me ocurría, por el hecho de sentirme así, porque estaba convencido que no podría hacer lo que debía con ella, y enfado con ella por no haber echado a correr como una cría de su edad debía haber hecho, y haberme puesto las cosas mas fáciles.

-¡Tu que sabes de la inmortalidad, mísera niña, ni del sufrimiento de vivirla eternamente en solitario. Ni a mi peor enemigo le deseo mi propio destino! –Grite sin poder contener la impotencia que crecía en mi interior- ¡si quieres morir yo puedo ayudarte!.

Entonces ella cerró los ojos y atrajo a su gato fuertemente contra su pecho, se estaba dejando matar, no podía creerlo. ¿Por qué no corría? ¿Tanto deseaba la muerte?

De pronto me di cuenta de que no soportaba estar ahí ni un solo momento más, no soportaba la humedad del callejón, ni el hedor a muerte, ni mi impotencia ante tal situación.
A los pocos segundos me encontraba corriendo con todas mis fuerzas en cualquier dirección, tan rápido que nadie podía apreciar más que una pequeña corriente de aire si pasaba a su lado. Solo quería escapar de todo aquello.

IV. Escapar

Al día siguiente visitamos Notre Dame. No me hacía falta pasear por sus lúgubres pasillos alumbrados, pues mi imaginación superaba la realidad con creces. La visita consistió en breves escapadas a escondidas para ridiculizar todo elemento que visualizara la masa de chicos que me acompañaba. Reía, pero no de corazón, ante insulsos comentarios sin ningún ingenio. Me aburría esa monótona vida de elementos prohibidos. Cohibida por mi cuerpo, mi dinero y mis ánimos. Ya no sabía que hacer para salir de ella...Llegada la noche, los profesores nos convirtieron en prisioneros, sepultándonos en el hotel donde nos alojábamos. Edgar me esperaba impaciente, entre las sábanas de mi cama desecha. Se levantó de un respingo y corrió hacia mis piernas emitiendo sonoros maullidos cuando posé mis pies en la habitación, lo que interpreté como su peculiar búsqueda de alimento. Una vez alimenté a Edgar y limpié sus desórdenes, me tumbé en la cama, a tiempo de escuchar en una conversación ajena a mí, que esa misma noche nos escaparíamos por la celosía que decoraba la fachada. No estaba lejos del suelo, sólo eran dos plantas, por lo que no sería difícil salir de aquella prisión de dos estrellas. Al parecer, nos esperaban en el callejón trasero los chicos de la “fiesta”, dispuestos a seguir con lo que no terminaron el día anterior, pero esta vez rodeados de un ambiente animado y festivo, algo parecido a una discoteca.
Repudiaba esos antros de drogas y devastación del ser, pero no perdía nada diciendo que les acompañaría y escapándome cuando me perdieran de vista.
Cogí mi mochila, ampliamente decorada con chapas, cascabeles y demás colgajos y metí en ella a Edgar, cuidadosamente, con una suave caricia. No sería mucho tiempo, pero de igual manera dejé la cremallera entre abierta para que no sufriera asfixia.
Bajamos por la celosía entre risas y movimientos humorísticos que casi le cuestan la vida a una de las chicas que me acompañaba, pero no hubo ningún percance, aunque quizás, si Edgar no reposara entre mis hombros, lo habría deseado.

Una vez abajo, el chico que sació sus más básicos instintos conmigo la noche anterior, se lanzó a mis labios, los que le negué con un leve movimiento de cabeza mientras sacaba a Edgar de su encierro. El chico rió.- ¿Ahora te haces la estrecha?Le miré con una fingida sonrisa.
- No es tan fácil... Primero tienes que pagarme una buena dosis de alcohol. – Le brindé una mirada pícara y el chico volvió a reír.
- Eres aún más zorra de lo que me demostraste anoche... – Se acercó a mí y sujetó mis glúteos con lascivia, mientras acercaba sus labios a los míos sin rozarlos. – Aunque merece la pena el pago. Edgar esperaba sentado a mi lado a que nos moviéramos, mirando a algún punto en concreto que llamó su atención. Le miré, aún entre los brazos de aquél baboso, y me devolvió la mirada, fría, de color caramelo. - Vámonos – Sonreí a los presentes y me desenvolví de los brazos de aquél chacal hambriento.
Por el camino, las chicas filtreaban con los chicos en todo momento. Parecía una escena casi caricaturesca, ya que intentaban venderse como objetos ante una clientela que nada podría darles. Absorta en mis pensamientos, No me percaté de que la conversación se había desviado hacia mí.
- Es cierto, Aracne siempre tiene ese halo de misterio inquietante, nunca sabes qué está pensando... – Bekïu se echó a reír, con los sentidos atormentados por el contagioso aroma de un porro, que se pasaban entre ellos. - ¿Veis? Se queda absorta con sus pensamientos... ¡Y siempre le persigue ese maldito gato!¡Es un arisco! No me cae bien.

Miré a Bekïu con otra sonrisa fingida y palmeé su espalda como si me compadeciera de ella. – A veces está bien pensar, querida, no es bueno actuar por inercia todo el rato. -Todos rieron, Bekïu no era muy reflexiva, que digamos, y no quería herirla. Pero tampoco quería que hablaran de mí y llegaran a conclusiones que se parecieran minimamente a la realidad.

Me fue fácil escapar cuando no miraban, simplemente me escondí en un callejón y ellos siguieron adelante, en Bastille, el lugar de la marcha francesa.
Reposé mi espalda en una de las mugrientas paredes del callejón y esperé a que Edgar llegara. Cuando vislumbré su delgada figura entre la penumbra, subí ágilmente unas derruidas escaleras de incendios y me senté en las rejas del primer piso a la espera de que Edgar se tumbara en mi regazo.
Cerré los ojos y sentí la gélida brisa invernal en mi cara. Oí ruidos, gemidos y jadeos, pero no fijé la vista en el lugar del que procedían hasta que un grito ahogado me sacó de mis ensoñaciones. Un hombre yacía en el suelo inconsciente, muerto quizás. Mientras, otro hombre, vestido con una gabardina negra y un largo cabello oscuro, arrinconaba a una chica semidesnuda contra la pared, tocando su cuerpo desnudo y haciéndola gemir.

La chica gritó algo en francés que no alcanzó mi conocimiento y acto seguido el hombre clavó sus colmillos en el cuello de su víctima, forcejeando con ella, haciendo que las gafas que llevaba puestas cayeran al suelo.
La mujer se desplomó y en un acto reflejo mis pies se fijaron firmes, en el suelo, mientras sostenía en mi regazo a Edgar.
El hombre fijó su vista en mí, y con una gélida mirada, comenzó a subir los peldaños de la escalera. Pegué mi espalda a la pared y abracé fuertemente a Edgar, que bufó al percatarse de la presencia de tan extraño ser.
Me parecieron horas las que tardó en plantarse ante mí, con su fuerte presencia, y mirarme con unos ojos verdes, sumamente hipnotizantes, tristes, pero preciosos, faltos de lo que llamaban vida.
-No tengo nada en contra tuya, pero no puedo dejar que vayas contándole esto a tus amigos – Sus palabras sonaron profundas, como si me clavaran mil espinas en los oídos, en un marcado acento francés.

Estaba asustada por el hecho de que tan extraño ser rondara a mi alrededor. Pero... ¿A qué debía temer? Mis musculos, tensos, se relajaron en un momento, y mi inquieta mirada fijó mis ojos en los suyos.
-Haz conmigo lo que te plazca, criatura de la noche, pues ni tú ni el mismísimo diablo podéis hacer que olvide este dolor. Si tu deseo es acabar con mi vida, no me opondré, pero si con mi cuerpo consigues darle vida a esos ojos verdes rogaría que no lo hicieras, pues nadie sabe si la inmortalidad les depara un llanto eterno.
Las palabras salieron de mi boca como el agua sale del manantial, de manera tan fluida Fijó sus ojos cristalinos en los míos, quizás confuso, quizás despiadado, escrutando los míos como si éstos pudieran decirle algo.
Parecían haber quebrado sus ánimos violentos cuando en un tono de ira lanzó éstas palabras al viento.
-¡Tu que sabes de la inmortalidad, mísera niña, ni del sufrimiento de vivirla eternamente en solitario. Ni a mi peor enemigo le deseo mi propio destino! – En un tono casi ensordecedor. - ¡Si quieres morir yo puedo ayudarte!Cerré los ojos y abracé a Edgar, con la cabeza alta, para que mi cuello fuese un blanco fácil, para que me hiciera lo mismo que a esa chica.Lo deseaba con un fervor infinito, deseaba la muerte, la necesitaba.... Hasta que sentí a Edgar en mi pecho. Asustado, ocultando su cabeza entre mis brazos. Un sentimiento de cariño me invadió y por un instante deseé estar viva solo para continuar abrazándole.
Abrí los ojos en un arrebato, y el extraño ser había desaparecido.¿Habría sido sólo un juego de mi mente para demostrarme que vivir no era tan malo?